Miro por la
ventana. El mismo camino, los mismos edificios…
Algo capta mi atención…
un hombre va de la mano de sus hijos, dos chicos; a la izquierda va su hija de
aproximadamente unos 6 años, con un
vestido color pastel, unas panties blancas, una chalequita del mismo color y un
cintillo rosado. El niño es menor, de unos 4 años quizás y va del lado derecho colgándose
e intentando captar de manera poco invasiva la atención de su padre. Se detienen frente al semáforo que brilla
imponente de rojo, el padre aprieta un poco más las manos de los pequeños y les
mira con dulzura.
El semáforo marca
verde y el bus en el que voy avanza, recordé que estaba sobre éste camino a mi
hogar, un frío recorrió mi mente y mis recuerdos…volví a sentir ese gozo de
protección que las manos de mi papá cuando era niña generaban. El auxiliar se detiene frente a mi – ¿a dónde
vas? – lo miro, tarde unos segundos y olvidando mi respuesta por un segundo
respondí: a… san Felipe. Continuó mi
viaje, pero mis ojos se cerraban de sueño y sin pensarlo siquiera me dormí…miré
mi reloj de pulsera y ya había pasado una hora y media, con los dedos moví la cortina
que me cubría del sol.
Pasaban los árboles
haciendo sombra a mi cara, a lo lejos esos cerros pedregosos y secos, aquellos
que sólo verdean unas pocas veces al año por la escases de lluvias. Pensé nuevamente
en el padre y los niñitos que vi al partir mi viaje y me dieron ganas de
llorar, no es que sea muy sensible, pero los años me habían hecho olvidar que
esas situaciones ocurrían. Sin embargo, sin perder un nuevo segundo no sólo
culpé a los años sino también a todos y con decir todos, me refiero a ¡TODOS!
…Camino a la
universidad leo en los diarios casos de abuso, avanza un poco el día y estudio divorcios,
termina el día enciendo la televisión queriendo ver noticias y veo miseria,
muerte…apago la televisión…
Pienso una vez
más en la dulzura de ese padre al proteger a sus hijos e inevitablemente lo
proyecté en mi vida, las veces que me caí aprendiendo a montar bicicleta y mi
papá estaba ahí a mi lado para tomar mi mano y ponerme de pie. No hace mucho
tiempo yo quería eso también para mi futuro, una familia feliz y regalos en
navidad un motivo más grande que la ambición, un motivo más poderoso que el
dinero, por el cual levantarme aun cuando el mundo me hiciera zancadillas y…lo
había olvidado. Para la mayoría esto es ridículo, y existen en mis deseos posibilidades
de éxito en el mismo porcentaje que fracasos, porque simplemente la vida es una
caja de sorpresas y eso es algo que también había olvidado…
Ver la
felicidad de esos niños, esos ojitos ilusionados y seguros, esas caritas inocentes
de toda la maldad que la vida día a día se encarga de mostrar, me hicieron recordar que aún es posible
encontrar seguridad donde todos la hemos perdido.
–Próxima parada,
san Felipe – acomodé la cartera sobre mi hombro, miré la hora en mi reloj de
pulsera y busqué el ticket de la maleta, ya era la hora de bajar del bus, de olvidar a esos niños y a su papá y
de recordar que en cuestión de minutos llegaría a mi hogar a completar un
cuadro no igual al que tanto me hizo pensar, pero el cuadro de mi vida que no me admitiré olvidar.
Creo que de alguna forma me siento tocada. A diferencia tuya no tengo recuedos -para variar- de cómo pudieron ser las cosas antes, pero no puedo negar que a veces ese lugar es el que conforta, el que protege. Supongo que sobre todo cuando se está lejos a veces, cuando, a pesar de la edad, de las decisiones ya tomadas, de esta pseudolibertad, pseudoindependencia, los días nos pesan y, como dices, las posibilidades del fracaso o el éxito nos acechan por igual.
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