sábado, 6 de abril de 2013

Sociedad quebrada

-¡La puerta!- suelta una carcajada mientras mira la cara de su papá que se encuentra a su lado. Se sostiene la pequeña niña de 10 años del seboso fierro que separa a la puerta de los asientos traseros mientras la micro da un giro, uno de aquellos que son tan sutiles como un carrito de la montaña rusa.  
El hombre sostiene a un pequeño de unos 3 años mientras se coloca una enorme mochila que la niña no pudo sostener y, por lo tanto, me imagino que pesada mochila color calipso con flores blancas, toma en brazos al niño mientras la micro se detiene unos metros mas allá, baja la niña y detrás su padre. El chofer de la micro mira por el espejo retrovisor, ya no bajaba nadie, así que cierra la puerta y continúa con su recorrido.

Quince minutos atrás aproximadamente venía sentada en el asiento trasero de la micro que tomé desde la casa de una amiga con rumbo a mi casa después de una gran velada compartida con mis amigos. En eso se detiene la micro para recoger algún pasajero, acto seguido sube una niña riendo a carcajadas y mirando hacia atrás a un hombre mayor que trae en sus brazos a un niño considerablemente más pequeño que la niña.   -¡Papá! aquí hay dos asientos ¡ven, ven!- el hombre se gira, después de cancelar la tarifa de su recorrido y se dirige de la misma efusiva manera hacía su hija. -¡Atrás hay otro asiento hija, más cerca de la puerta de atrás, así es más fácil después bajarnos!- La pequeña de un salto pone sus cortas piernas en marcha hacía el fondo de la micro y se tira sobre el asiento que estaba delante de mi, da un nuevo salto y se acomoda en el asiento del lado de la ventana para darle lugar a su padre en el que estaba hacia el pasillo. Miro al padre y era un hombre de unos 45 años aproximadamente de rostro angular moreno y bajito, como los chilenos promedio, se veía muy entusiasmado, ansioso, sus ojos brillaban cada vez que miraba a sus hijos, estaba verdaderamente feliz.

Miré por la ventana y reconstruí la escena en mi mente una vez más, y miré la mochila que sostenía la niña, en realidad lo poco que se alcanzaba a distinguir desde mi asiento. Volví a mirar por la ventana y le di una doble lectura a dicha situación, probablemente el hombre y esos niños que tan felices se veían llevaban tiempo sin hacerlo, quizás ese hombre que se notaba excesivamente maravillado con el sólo hecho de llevar esos pequeños con él en esa fea micro había esperado mucho para ver a sus amados hijos. Digo amados, porque el brillo de esos ojos era increíble, el llevaba lentes negros, pero entre los espacios que se alcanzaban a distinguir desde mi posición podía ver los pliegues que se formaban en sus ojos cuando hablaba con su hija, sonreía no solo con su boca, sino que también con sus ojos. ¡Dios, que hermosa escena! por un segundo me sentí tan feliz como ellos, esa niñita irradiaba amor, admiración por ese padre atento que estaba sentado a su derecha y ese pequeño que estaba de pie sobre las rodillas de su padre mirando por sobre la cabeza de la persona del asiento de adelante, reían y sonreían y la bulla que quizás molestaba a parte de la micro, pasó a significar en mi la armonía perfecta del amor fraternal, ese amor que los padres han olvidado en algún cajón de la gaveta que tienen en el dormitorio. 

...Curiosa sensación...


Quizás el dolor nos hace admirar lo que se ve tan común, la pérdida te enseña a valorar lo cotidiano y lo negado te hace dar sentido al amor. 

Para concluir me permitiré citar a un grande de todos los tiempos William Shakespeare "EL CURSO DEL VERDADERO AMOR, NUNCA A CORRIDO SIN PROBLEMAS"...






domingo, 9 de septiembre de 2012

Y con decir todos, me refiero a ¡TODOS!


Miro por la ventana. El mismo camino, los mismos edificios…
Algo capta mi atención… un hombre va de la mano de sus hijos, dos chicos; a la izquierda va su hija de aproximadamente  unos 6 años, con un vestido color pastel, unas panties blancas, una chalequita del mismo color y un cintillo rosado. El niño es menor, de unos 4 años quizás y va del lado derecho colgándose e intentando captar de manera poco invasiva la atención de su padre.  Se detienen frente al semáforo que brilla imponente de rojo, el padre aprieta un poco más las manos de los pequeños y les mira con dulzura.

El semáforo marca verde y el bus en el que voy avanza, recordé que estaba sobre éste camino a mi hogar, un frío recorrió mi mente y mis recuerdos…volví a sentir ese gozo de protección que las manos de mi papá cuando era niña generaban.  El auxiliar se detiene frente a mi – ¿a dónde vas? – lo miro, tarde unos segundos y olvidando mi respuesta por un segundo respondí: a… san Felipe. Continuó mi viaje, pero mis ojos se cerraban de sueño y sin pensarlo siquiera me dormí…miré mi reloj de pulsera y ya había pasado una hora y media, con los dedos moví la cortina que me cubría del sol.
Pasaban los árboles haciendo sombra a mi cara, a lo lejos esos cerros pedregosos y secos, aquellos que sólo verdean unas pocas veces al año por la escases de lluvias. Pensé nuevamente en el padre y los niñitos que vi al partir mi viaje y me dieron ganas de llorar, no es que sea muy sensible, pero los años me habían hecho olvidar que esas situaciones ocurrían. Sin embargo, sin perder un nuevo segundo no sólo culpé a los años sino también a todos y con decir todos, me refiero a ¡TODOS!  

…Camino a la universidad leo en los diarios casos de abuso, avanza un poco el día y estudio divorcios, termina el día enciendo la televisión queriendo ver noticias y veo miseria, muerte…apago la televisión…

Pienso una vez más en la dulzura de ese padre al proteger a sus hijos e inevitablemente lo proyecté en mi vida, las veces que me caí aprendiendo a montar bicicleta y mi papá estaba ahí a mi lado para tomar mi mano y ponerme de pie. No hace mucho tiempo yo quería eso también para mi futuro, una familia feliz y regalos en navidad un motivo más grande que la ambición, un motivo más poderoso que el dinero, por el cual levantarme aun cuando el mundo me hiciera zancadillas y…lo había olvidado. Para la mayoría esto es ridículo, y existen en mis deseos posibilidades de éxito en el mismo porcentaje que fracasos, porque simplemente la vida es una caja de sorpresas y eso es algo que también había olvidado…

Ver la felicidad de esos niños, esos ojitos ilusionados y seguros, esas caritas inocentes de toda la maldad que la vida día a día se encarga de mostrar,  me hicieron recordar que aún es posible encontrar seguridad donde todos la hemos perdido.

–Próxima parada, san Felipe – acomodé la cartera sobre mi hombro, miré la hora en mi reloj de pulsera y busqué el ticket de la maleta, ya era la hora de bajar del bus, de olvidar a esos niños y a su papá y de recordar que en cuestión de minutos llegaría a mi hogar a completar un cuadro no igual al que tanto me hizo pensar, pero el cuadro de mi vida que no me admitiré olvidar.